Mientras cientos de humanos trabajaban,
inconscientes del agotamiento, las mareas se agitaban y los cielos se
nublaban. Las aves se precipitaban y huían como si supieran lo que se
avecina. Un pequeño temblor, no muy fuerte pero suficiente como
para alarmar a cualquiera, se hizo presente. El ruido que produjo se
asimilaba a los llamados guturales producidos por las bestias de los
escritos.
A pesar de estas condiciones, aquellos hombres continuaban trabajando.
Un fuerte viento comenzó a alzarse, las hojas de los árboles vecinos se
rendían ante el golpe, mientras que la arena mortificaba a los humanos
que permanecían expuestos. Podía sentirse la sal del mar, las aguas
calientes a pesar del viento frío. Cientos de miles de insectos se
elevaron para cubrir aún más los cielos.
Y, sin embargo, a pesar de estas condiciones, aquellos hombres continuaban trabajando.
Continuaban trabajando ignorando lo que sucedía ya que ellos eran
quienes producían la espantosa exhibición, en un culto a su única y
gran deidad a quien intentaban complacer por medio de oraciones y
construcciones.
La respuesta no se hizo esperar, la deidad se hizo
presente; y ese fue el momento, en el que los hombres se arrepintieron.
Cuando notaron que los textos habían sido malinterpretados y alterados
por el antíteto de aquel a quien creían estar rindiendo culto. Largos
años de espera y resentimiento madurando en una prisión diseñada para el
eterno tormento; hasta este momento.
A pesar de todo, los hombres
continuaron trabajando, hasta el último en perecer entregó su aliento
final en nombre de aquella deidad.
C
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