martes, 17 de septiembre de 2013

La orden de los bañeros de Pehuen Co (Parte 1)


Dia número tres en la costa. Me encuentro en un búnker de sábanas cuya utilidad bélica es semejante a la de una pistola de agua para niños. Durante la tarde del presente día me encontraba leyendo en la playa, disfrutando de dulces melodías provenientes de los auriculares cuya intención era opacar completamente los llantos de los niños, conversaciones narrando la vida nocturna de la localidad y los gritos del vendedor de churros que, por momentos parecían cantos chamánicos de una sociedad tribal nativo americana, no dejaban establecer las condiciones necesarias para tomar seriamente el libro que me encontraba leyendo.
Fue en esas condiciones en las que, de una manera tan repentina e inesperada como la de un atentado en una guardería, se hizo presente un amigo con su acompañante sentimental. Y tal como deben sorprenderse aquellos testigos de un niño de tres o cuatro años de edad que lleva consigo un C4 hecho con plastilina para inmolarse frente a sus compañeritos, lo hice al verlo acercarse en un lugar tan remoto.
Luego de un cordial saludo comenzamos a intercambiar información y opiniones sobre distintos temas, todo esto mientras compartíamos una bebida local que aprendí a apreciar hace años, llamada “Mate” por los locales. De esta manera contemplamos el bello contraste entre los matices claros de aquellos sectores que en la lejanía se fundían con el sol, y aquellos que en un acto de rebeldía hacia la luminosidad, comenzaban a dar lugar a la luna y su horda de estrellas encargadas de rellenar el techo nocturno.
Las pequeñas dunas formadas por pisadas de transeúntes que circulan por la playa erigían como pequeñas montañas bañadas en cobre, mientras que una parte del mar exhibía un camino de plata que conducía derecho al encuentro con el encargado de diseñar este bello paisaje, el Sol.
Tendría que ser muy importante el evento semejante como para quitar la vista de dicha obra de arte que cambiaba con cada capricho del sol.  Pero  aquello que emergió del agua no era algo para ser ignorad, ni siquiera por esas maravillosas escenas que ocasionalmente nos otorga la naturaleza y el ojo humano en perfecta combinación. Su aspecto era similar al de la figura humana, pero decorada con todo tipo de fauna marina, algunos llevaban vestimentas demasiado antiguas aunque las perfectas condiciones en las que se encontraban harían dudar a cualquier arqueólogo que intente datar su antigüedad por algún método de datación relativa.
Inmediatamente dirigí la mirada hacia mi estimado amigo y supe lo que significó esa mirada que brindó como respuesta, supe que esa mirada resumía la confusión de sentimientos generada por la repentina aparición de unos seres cuyo aspecto y andar sugería hostilidad y terror. Pero que también cumplía el sueño de aquellos cuyo tiempo de vida había sido consumido, entre otras pocas cosas, por obras de ciencia ficción de todo tipo. Ser testigo de una amenaza desconocida en un lugar tan apartado como Pehuen Core puede ser un hecho orgásmico para cualquiera de los sujetos antes mencionados.
La pregunta que se estarán realizando debe ser: ¿Y cómo supimos que no eran simples seres humanos? Fácil, ningún ser humano en su sano juicio se hubiese sumergido en el mar con el frío que hacía.  Además del episodio que siguió, donde un vendedor ambulante se les acercó ofreciendo hospitalidad, comida y pulseritas. En ese momento uno de ellos arrojó un envoltorio de chicle en la arena, así como si nada, inmediatamente confirmamos que eran seres hostiles. Bueno y también lo decapitaron al vendedor, pusieron su cabeza sobre una pica y lo portaron consigo como una suerte de estandarte. Fue ese último acto de asolación el que nos hizo correr por la arena de una manera muy torpe, intentando escapar de este peligro inminente, sin servir como estandarte.
Mientras nos alejábamos, prevenimos a todos los que se encontraban en nuestro camino. En un momento unos policías descendieron al escuchar gritos que no eran de un partido de fútbol, tejo, vóley o ajedrez. Nos hicimos la ilusión de que utilizarían su cuota de poder para detener a los extraños turistas marinos, pero lo único que ralentizó el movimiento de estos últimos fue la risa que les causó el uniforme de los oficiales playeros, cosa que sufre cualquier testigo de los mismos. Finalizado ese hilarante momento, todos murieron al ser golpeados brutalmente por garrotes de coral, dejando a las pequeñas dunas de cobre cubiertas de masa encefálica, restos de órganos y con un tinte rojo que luego se transformaría en una húmeda y oscura parcela.
Era un escenario desesperante, creímos que ya no quedaba otra esperanza, que nuestros cuerpos servirían de material orgánico para la vegetación que pudiera crecer en ese ambiente, que nuestra sangre regaría la arena, que nuestros gritos serían un intento inútil por escapar. Cuando, de pronto, el contraste de un conjunto humano se alzaba sobre el horizonte, opacando al Sol, se acercaban en un ligero trote y formaban un grupo de unos diez individuos. Portaban consigo aquello que me otorgó una sonrisa y una pequeña esperanza de vida. Dado que esa figura diversa no eran otro que los afamados “Bañeros de Pehuen Core”. Mientras se aproximaban creí oír una canción de Surf Rock, como si se tratara del soundtrack de aquellos intrépidos salvadores. (“Sunset Surfer” de Naked City)
Al avistar a los bañeros, las criaturas iniciaron una carga y, como en una batalla medieval, el conflicto estalló con el impacto de ambas partes. Nos refugiamos en lo alto de los médanos, rodeados por tamariscos, desde allí fuimos testigos de la batalla observando desde lo que simulaba ser un Palco o Campo Vip. Algunos golpes parecían estar sincronizados con el oleaje, aquellos individuos marinos golpeaban con los mencionados garrotes de coral, látigos de extensas algas y algunos hasta disparaban cuyo diseño y tecnología recordaban a las utilizadas en Viejo Mundo en el siglo XVI. Por su parte, los bañeros contaban con su arduo entrenamiento y aquellos torpedos anaranjados que, en manos de alguien entrenado, pueden llegar a ser armas de destrucción masiva.
Era horrorizante observar lo que parecía ser una aplastante victoria de los invasores marinos, como también lo era el hecho de que éramos los únicos en la playa y, probablemente, las primeras víctimas en caso de que los bañeros fracasen en su rescate. De esta manera, una vez más nos encontramos frente a la amarga sensación de que todo estaba perdido, volvimos a imaginarnos como futuros restos óseos del ambiente, cuando tantos años de entrenamiento, disciplina, dieta y sacrificios a Poseidón parecían haber sido en vano. Cuando el destino del pequeño balneario prometía muertes, fuego y destrucción. Justo cuando las lágrimas de la derrota comenzaban su penosa marcha por nuestros arenosos rostros, el que parecía ser el líder de los bañeros (por el pelo en su pecho; característico elemento del macho alfa, el corto de sus pantalones y la densidad de vello en sus patillas y bigote) se puso de pie, haciendo frente a una muerte asegurada y en un último acto de fuerza, levantó su torpedo que pareció absorber los dorados rayos del sol y emitir su luz propia.
Esta luz incrementaba mientras que su portador la sostenía y emitía un aliento esperanzador para sus colegas caídos. Más sorprendente aún fue el aura que emergió de aquel instrumento e iluminó los torpedos de aquellos que habían perecido, en lo que sospeché, se trataba de un acto de resurrección. Los bañeros resucitados tenían un aura cuyo color se asemejaba al de las nubes próximas al Sol, del mismo color relucían sus ojos y a medida que se reintegraban y tomaban sus armas, las hostiles criaturas retrocedían horrorizadas frente a semejante espectáculo.
Como si de una deidad se tratara, aquel bañero cuyas patillas se asentaban en el rostro cual muelle de un puerto cabelludo, comenzó a hablar con un tono profundo y gutural que ahuyentó a las gaviotas, oscureció aún más los sectores alejados del Sol e intensificó la luz de aquellos próximos al mismo, pronunció unas claras palabras finales en un idioma que no pude reconocer para luego expulsar desde su torpedo un rayo que se incrementó con los rayos provenientes de otros torpedos para liquidar la amenaza coral al mejor estilo Death Star y no dejar otro recuerdo de ellos que no sean sus cenizas.

CONTINUARÁ EVENTUALMENTE

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